jueves, 1 de octubre de 2015

Aquella inglesa pelirroja.

El idílico momento atardecer con ella. 
Después de mencionarlo estos días atrás, me he quedado con ganas de hablar de lo platónico del amor de nuevo. Una historia parecida a la que felizmente me unió a mi TRX, pero con otros tintes, en los que la Triumph Speed Triple 900 y yo parecemos los mejores amigos que jamás se unirán sentimentalmente. Como cuando de adolescentes idealizamos a un/a cantante o modelo, con fotos suyas en la carpeta que llevábamos al instituto, posters en la habitación y sueños de un inalcanzable fin.

A los 5 meses de cumplir los 18 años me saqué el carnet de conducir, en Abril del 94. Pero tuvieron que pasar otros 5 meses más para obtener el carnet de moto, entonces con un simple examen con una Vespa en un circuito que, todo sea dicho, se me atragantó
Con esta estampa se anunciaba la Speed Triple T300
allá por el año 94.
en la primera convocatoria y saqué a la segunda. En aquellos años compraba semanal y religiosamente el Motociclismo todos los martes por la mañana. Y en aquella época, Triumph tenía una campaña publicitaria bastante impactante de la Speed Triple 900. En el anuncio, amarrada en la calle junto un Rottweiler, la describían como una autentica café racer de los 90. Incluso creo recordar que decía algo así como  que “…su postura, como si tratara de sacudirse un yugo, no deja lugar a dudas de sus intenciones…”. Lógicamente era una moto fuera de mi alcance en ese momento y que simplemente podía admirar cuando la veía en las revistas, debido a lo poco que se vendió. Tan solo llegué a ver dos o tres en Pingüinos y en alguna concentración y mis ojos se clavaban en ella cada vez que me la encontraba.

La guinda para el pastel, para ese mi pastel, era su color
anaranjado. Desde entonces, siempre me han gustado las pelirrojas.
Pasaron algunos años, 8 nada menos. Siempre considerándola como a una chica tan tan guapa que jamás se iba fijar en un tío del montón como yo. Pero cuando decidí dejarlo con mi “ZZArmario” (mi ZZR 600 verde chillona y pesada) me encontré a solas con ella y por fin pude confesarla mi locura pasión. Fue en el concesionario de Triumph de Madrid, Britania, ya cerrado hace un tiempo, que estaba por detrás de la plaza de toros de Las Ventas. Aterricé allí una tarde de “ligoteo” y cuando pregunté dentro, Roberto, uno de los hermanos que llevaban la tienda madrileña, me dijo: “… pues tengo una Speed Triple 900, mía, no de la tienda, que apenas uso y lo mismo te interesa. Aunque no se si venderla ya que está perfecta.”. Mis ojos empezaron a rotar como los del Tío Gilito con el símbolo del
En otro de los anuncios posteriores.
Dólar, pero con el anagrama de Triumph. Cogió las llaves de un local contiguo a la tienda, donde guardaba algunas motos y la sacó a la acera. Naranja teja, 6.000 kms en su marcador nada más, flamante como una tarta recién hecha y con unas colas de escape en carbono y kevlar que la sentaban como un guante. Él entró de nuevo a la tienda a por las llaves y allí nos quedamos ambos a solas, esa pelirroja y yo.

Su enorme deposito impacta cuando te subes encima. Es una moto de la vieja escuela de verdad. Podría parecer presuntuoso llamarla “moto de hombres”, pero sinceramente es el adjetivo que se merece. Grande, algo pesada y con unas formas que no dejan a nadie indiferente. Como bien rezaba su anuncio, su postura de conducción es deportiva, cargando peso delante, declarando intenciones desde el primer momento. Entonces yo veía a las Triumph
Están acabadas con cariño. 
con un nivel de acabados que ahora ya solo tiene su gama de motos más clásicas. Están rematadas con cariño, con pasión, como obras de arte rodantes. No podía aún imaginarme como sería tenerla en mis brazos para siempre, a pesar de que ya estaba subido encima. Su dueño salió con las llaves y la arrancó, a la primera, por su puesto. Y el peculiar bramido del tricilindrico a ralentí, saliendo por esos escapes abiertos, me enganchó del todo a ella. Como si me hubiera susurrado al oído que ella también me quería desde el primer día que me vio, al otro lado de las revistas. Pero de repente un jarro de agua fría me hacía despertar de mi placido sueño y me devolvía de golpe a mi estatus de peatón. Su precio. Era carísima. Pero creo que si la hubiera comprado, quizás seguiríamos juntos a día de hoy, que ningún otro escarceo amoroso hubiese ocurrido en mi vida. Pero no fue así. Yo contaba con 5.000 de los recién asentados €uros en mi presupuesto y su merecidamente orgulloso dueño pedía 6.500 debido a su perfecto estado y lo exclusivo del modelo en si. Recuerdo que aquel día me fui a casa como si al pedirla salir, ella me hubiera dicho: “te prefiero como amigo”.

Y de nuevo, los años pasaron. Me seguía fijando en ella cada vez que la veía por Internet.
Una compañera de la que nunca me querría separar.
Cada vez que aparecía una foto de ella en una de sus múltiples vidas con alguno de sus dueños. Incluso en 2007 coincidí en una boda con unos amigos de los novios que tuvieron una. Él me decía que la vendió con 90.000kms y que se arrepentía desde el momento en que salió de su vida. Que la echaba de menos. Que seguramente volvería a comprar otra igual. Y yo solo podía imaginar que en algún momento nos cruzaríamos por la calle y la chispa volvería a surgir… y así fue.

Encontré un anuncio en el que aparecía ella en una foto de poca resolución. Las conversaciones con su dueño eran poco claras, no concretaba sobre su estado real, más que con un “la moto está bien”. Así que aprovechando un viaje con mi amigo Santi para ver a su hermana en Barcelona, nos
La historia de un amor no correspondido. 
acercamos a ver la Speed Triple anunciada. El dueño me dijo que el único defecto visible que tenía era causado por un gato que había en la nave donde dormía ella, el cual la había rasgado un poco el asiento. Cuando llegamos al sitio, en efecto, el defecto más visible era el asiento, devorado por un león del circo de Ángel Cristo en vez de por un gatito. El resto era lamentable. Era como ver a la maltrecha Whitney Houston en sus horas bajas de “sin techo”. La pintura comida por el sol, solo funcionaban dos de sus tres cilindros, humeaba como un dos tiempos y tenía unas pérdidas de aceite que ningún “Tena Lady” hubiera podido contener. Después de intentar negociar un precio para una restauración completa y no llegar a un acuerdo, me quedé de nuevo pensando que nuestro amor era imposible. Que jamás estaríamos juntos. Que nos quisimos, pero a tiempos asíncronos. Cuando ella quiso estar conmigo, yo no pude. Y cuando yo quise estar con ella, ella no estuvo ahí.

Y desde entonces, nuestra relación se enfrió. Cuando veo sus fotos, no puedo dejar de
Terminará buscándote en la Perfida Albión!
pensar en aquel día sobre su depósito pelirrojo. En lo que me susurró aquella tarde al oído y en no haber apretado y sacado de donde fuera lo que me faltó para poder tenerla. A día de hoy, su escasez y precios la hacen prohibitiva. Solo contemplo la esperanza de encontrarla e importarla del Reino Unido. Podéis imaginar que el idioma no será un problema. Ella siempre fue una inglesa acomodada en España y yo llevo todos estos años perfeccionando mi Inglés para que cuando llegue nuestro día, nos entendamos como dos enamorados.

Uves y ráfagas!


J.Gutiérrez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario