| La madre de todas las madres de todas nuestras motos. 1885. |
Si os hablo de Thomas
Edward Lawrence, pocos sabréis quien es. A no ser que seas un buen conocedor de
la historia contemporánea de nuestra civilización, es difícil identificar a
este personaje inglés, que consiguió sus mayores hazañas como emisario en la unión entre los pueblos de oriente medio
a principios del siglo pasado, durante la Primera Guerra Mundial. T.E. Lawrence
fue el conocido Lawrence de Arabia. Personaje llevado al cine en los años 60 y
todo un héroe imperfecto de la Inglaterra por la que se sintió traicionado,
pero con la que se sintió ligado hasta el final de sus días. Sin embargo, por
encima de ser oficial del ejército británico, por encima de sus estudios
arqueológicos y por encima de su enigmático carácter solitario, Lawrence era un
amante de las motos y de la velocidad. Gracias al libro “Lawrence de Arabia y
las hijas del trueno” he descubierto que esta pasión que tenemos por las motos
se remonta al tiempo en el que Daimler puso motor y dos ruedas a la primera
motocicleta.
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| Un buen regalo de Reyes. |
En Reyes de este
año me regalaron este libro, del cual vi una pequeña mención en la revista La
Moto, creo que en octubre del año pasado. Sinceramente, esperaba un libro más
enfocado a la moto, mas que a una fase de la vida de T.E Lawrence, bastante
oscura y deprimida, por cierto. El libro es una recopilación de su correo
personal con amigos, escritores o personajes políticos de la época, con los que
gracias a su papel durante la guerra, tuvo estrecha relación. Sin embargo, las
pequeñas pinceladas sobre cómo describe el compromiso con sus motos, resulta
conmovedora. El era un fan incondicional de las Brough Superior, mítica marca
inglesa de lujosas motos, muy por encima en prestaciones, acabados y costes
respecto sus rivales contemporáneas. Rápidamente fueron apodadas como las Rolls
Royce de las motos. Y cierto es que, según las describía Lawrence, eran lo
mejor de su época, con mucho. Esta pasión por las Brough Superior, hizo
bautizarlas con un curioso nombre: Boanerges. Palabra aramea, con la cual se describían
en la biblia a los “hijos del trueno”, que no eran más que los apóstoles Juan y
Santiago, hermanos y muy de embocar la cólera del altísimo en forma de rayos y
truenos, en cuanto alguien se oponía en
su camino.
Boanerges fueron
todas sus Brough Superior. Tuvo ocho en total. Y no es que Lawrence fuera rico,
ni mucho menos. Después de su periplo árabe, en el que terminó llegando a
ser Coronel de la RAF, vivió en el más absoluto anonimato volviéndose a alistar
en el ejército como soldado raso, usando nombre falso, pagando así su personal
penitencia de los sentimientos que arrastraba en sus días de pena y gloria. Las
buenas amistades con George Brough, fundador de la marca, así como con otros
ilustres personajes, le permitía recibir como regalo en algunas ocasiones, un nuevo
modelo de Brough Superior, las cuales costaban su suelo integro de dos años. Murió en su octava moto, haciendo lo que
más
le gustaba en este terrenal mundo: dar rienda suelta a los 50 y pico caballos
de su bicilindrica, dejando deslizar bajo sus ruedas la infinita línea azulada
de una recta de interminable asfalto. La novena Boanerges estaba ya en
fabricación cuando sufrió el accidente que le costó la vida, al golpearse la
cabeza fuertemente contra el suelo, tras esquivar a unos chicos en bici.
Recordemos que la protección de la parte más importante de nuestro cuerpo no ha
sido obligatoria en nuestro país hasta hace poco más de 25 años. Imaginaros
hace 100, cuando su única equipación eran unas polainas y unos pantalones
bombachos. Cualquier percance resultaba fatal, al igual que la recuperación de
alguna caída, también descrita en el libro. Ponerse a 90 millas por hora (unos
150 km/h), por las carreteras de la época, con las ruedas, frenos y
suspensiones de las Superior, debía ser lo más emocionante que se podía hacer
en contacto con la tierra. En uno de sus más famosos relatos, La Carretera,
describe con tal pasión esa sensación de velocidad, que si no fuera por la
legislación vigente, yo mismo me lanzaría encima de mi actual bicilíndrica a
sacarle todo el rendimiento a sus justos 101cv. Pero las leyes, el tráfico y
las circunstancias de nuestra sociedad han cambiado tanto en 100 años, que creo
que basta con leerlo. Os copio, con permiso del propio T.E. un pequeño
fragmento de este relato, en el que cuenta una pequeña carrera con un avión
Bristol de los años 20:
(…) Mientras las carreteras fuesen rectas y estuviesen cubiertas de alquitrán azulado, mientras no tuvieran setos y se hallaran desiertas y secas, yo era feliz. (…) El primer alegre zumbido de Boanerges al volver a la vida, estremecía cada tarde los barracones de la escuela de cadetes, haciéndolos revivir. “Allá va ese cabrón ruidoso”, diría con envidia alguno en cada escuadra. (…)
La potencia máxima del motor son 52cv
y es un milagro que toda esa dócil fuerza anide escondida en un pequeño puño,
al capricho de mi mano. Otra curva más y me honra una de las carreteras más
rectas y rápidas de Inglaterra. El borboteo del tubo de escape se desenrolla
detrás de mí como una larga cuerda. Pronto mi velocidad la rompe y solo escucho
el aullido del viento, que mi cabeza hiende y divide en dos raudales. El
aullido aumenta con la velocidad hasta convertirse en un agudo chillido,
mientras la frialdad del aire fluye como dos chorros de agua helada hacia mis
ojos. Los cierro hasta que son dos agujas, y fijo la vista 200 yardas delante,
en el desierto mosaico de ondulaciones del asfalto. (…) Un vistazo al
velocímetro: 78 (Millas/hora, unos 125 km/h). Boanerges está entrando en calor.
Acelero a fondo en los cambios de rasante y nos lanzamos en picado por cada
pendiente: arriba y abajo, arriba y abajo por la ondulante carretera; la pesada
máquina se proyecta como un camión, con un zumbido de neumáticos al despegar en
cada ascenso y aterriza dando bandazos, con tal retención, que la cadena me
sacude la columna vertebral como un espasmo.
| T.E. y Boanerges |
(…) Mientras las carreteras fuesen rectas y estuviesen cubiertas de alquitrán azulado, mientras no tuvieran setos y se hallaran desiertas y secas, yo era feliz. (…) El primer alegre zumbido de Boanerges al volver a la vida, estremecía cada tarde los barracones de la escuela de cadetes, haciéndolos revivir. “Allá va ese cabrón ruidoso”, diría con envidia alguno en cada escuadra. (…)
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| Brough Superior SS100 Alpine Sports |
Hoy en día,
Lawrence disfrutaría de los 300cv de una H2R, perdiendo quizás el romanticismo
descrito hace casi cien años en sus andanzas con sus Brough. Hoy en día, sus “hijas
del trueno” serían más bien “hijas de la cárcel”, en esa constante lucha social
contra los peligrosos excesos de velocidad. Hoy en día, el leer las palabras
del relato de Thomas Eward Lawrence me devuelven a un bucólico e idealizado sueño
de sentir la potencia de la moto que conduces, sea cual sea el momento, sea
cual sea la carretera.
Uves y ráfagas .
J. Gutiérrez.


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