lunes, 26 de abril de 2021

Sildavia y el condado de Greenbow, Alabama.

Corre, Forest, corre!

No, no he cambiado el tema principal de El Anecdotario de la Moto. No quiero hablar de cine, ni de música. Pero hacía mucho que, completamente sin querer, no me marcaba un Forest Gump de manual. Desafortunadamente no me he convertido en un millonario copropietario de una multinacional informática al que le gusta cortar el césped. Solo me pasó que salí de casa y se me fue de las manos. 

Al igual que a Forest, que al llegar a la verja de su casa corriendo continuó por el camino y al llegar a Greenbow continuó corriendo y al llegar al límite del condado de Greenbow continuó corriendo y al llegar al límite del estado de Alabama continuó corriendo y... Yo no tenía por delante años sin tener que trabajar. Pero sí que tenía por delante un sábado sin obligaciones, ni planes en firme. Así que bajé al garaje, que es donde paso muy buenos momentos de mi cotidianidad. Mi DRZ 400 estaba llenita de polvo. La última ruta, el fin de semana anterior y en grupo, la dejaron cubierta de polvo hasta en el último de sus rincones. Así que pensé el lavarla. Sin embargo me daba pereza el organizar la pequeña logística que monto para limpiarla: manguera, Karcher, alargador de corriente, jabones, etc. No es que suponga un gran esfuerzo, pero a esas horas de la mañana del sábado simplemente no me apeteció. Así que pensé: cojo chaqueta, casco, guantes y subo al pueblo a lavarla. Como hacía un poco de frescor matutino primaveral, también me puse una braga de cuello de tela fina. 

Desde el arcén

Y así, en plan paisano sin mayor pretensiones que recorrer los cuatro kilómetros que me separan de la gasolinera más cercana y volver, me puse en marcha. Al llegar a la gasolinera de Navas del Rey, reposté para tener monedas con el cambio. Pero los lavaderos con agua a presión estaban cerrados. Pregunté y me dijeron que estaban averiados. Así que sin pensarlo mucho me dije: bajo al siguiente pueblo, Pelayos, donde también hay gasolinera. Acababa de cruzar la verja de la casa corriendo, pero todavía no me había dado cuenta. Sin ganas de complicarme la vida, enfilé la carretera. Mi DRZ es la versión S, o sea que se puede considerar una trail ligera. O una trail enduro, según sea el propósito de ese día. En carretera se defiende, siempre que no pidas peras al olmo. Te deja desplazarte al ritmo del tráfico y sin tener que estar pendiente de rebasar los límites de velocidad. Y así, pensando en que a 90 o 100 Km/h la DRZ va realmente cómoda en carretera, llegué a Pelayos. Y para mi sorpresa, la gasolinera estaba a rebosar y el lavadero con cola. Y sin pensarlo mucho, decidí seguir hasta el siguiente pueblo, San Martín de Valdeiglesias. 

Adivinad: en San Martín tampoco paré. Ya había atravesado el límite del condado de Greenbow, Alabama y en ese momento me encontraba tan cómodo en la moto, con la temperatura justa como para poder disfrutar del paisaje, que me dejé llevar. Hacía mucho que no recorría esa parte del Valle del Tiétar y en ese momento, entre nubes y claros, me pareció la mejor idea para ese sábado. A pesar de ser la continuación de la carretera que siempre me lleva hasta Navas, reconozco que he recorrido poco la M501. El campo estaba precioso y la carretera con muy poco tráfico. Llegué a Santa María del Tietar y en ese momento caí en la cuenta que ya había atravesado el límite del estado de Alabama (Comunidad de Madrid) y había entrado en el estado de Misisipi (Ávila). Me detuve en el margen derecho de la carretera y la realidad de las restricciones de movimiento entre comunidades autónomas agitó mi plan improvisado. 

Mas allá de Greenbow, Alabama.

En ese momento lo último que me apetecía era darme la vuelta y volver. Eran sobre las 11 de la mañana, no había visto control por parte de la autoridad y el sol, que de vez en cuando se colaba entre las nubes, no hacía mas que insinuarme que el día era largo y que la ocasión bien merecía correr ese pequeño riesgo. Por buscar algún punto negativo en ese momento de inflexión, diría que ya sentía algo de frío en las manos. Haría unos 12 grados y aunque en vaqueros y zapatillas se iba bien, las manos las llevaba protegidas por unos guantes Alpinestars de campo, que son finos como los de un cirujano. Bah ¡si las manos no son del cuerpo! ¡Embrague, primera y adelante! Sotillo de la Adrada, La Adrada, Piedralaves y la carretera no hacía más que pasar. Ya no pensaba en Greenbow, sino en saber hasta dónde quería llegar. Paré de nuevo a mirar Google Maps en el móvil y justo en ese momento pasó delante de mi un autobús de línea. Una bombillita dentro de esta cabeza llena de cosas inútiles me recordó aquella vez, hace 30 años, en la que no pude seguir adelante con mi Puch Cóndor, para llegar a Aldeanueva de Santacruz e ir a ver a una chica con la que me carteaba entonces. Ya había mencionado aquella aventurilla por aquí: Colgado como un paraguas.

No estaba en la carretera más adecuada, pero pensé en seguir hasta Arenas de San Pedro, subir el Puerto del Pico y adentrarme en Gredos, cogiendo la carretera de Navarredonda de Gredos. El plan que ideé de adolescente para hacer con mi pequeño ciclomotor, recorría solo carreteras comarcales, en principio más adecuadas a su escasa potencia, con menos tráfico y con menos distancia a recorrer. También la DRZ se movería con más soltura en las comarcales que en las nacionales. En aquel momento me hizo ilusión este plan, así que terminé el Valle del Tietar con un sol agradable y enfilé la subida del Puerto del Pico, desde Ramacastañas. El frío en las manos ya empezaba a ser molesto. Pero la diversión de las curvas de El Pico, me hacían olvidarlo todo. No recordaba el buen asfalto, el espectacular trazado, las imponentes vistas y esos mojones indicando la distancia a Ávila en leguas, que deben tener más de un siglo de antigüedad. 
Eso es agarrarse a la tierra

Cuando llegué a Navarredonda, mis manos estaban heladas. Llevaba unos 130 kilómetros, a 90 o 100 Km/h, más dos paradas, con lo que ya era cerca de la 1 de la tarde. Paré a repostar en la gasolinera que hay en medio del pueblo. Llené el depósito y al ir a pagar en la tiendecita de la estación de servicio, me llevé una grata sorpresa. Debido a la cercanía del pueblo con la Plataforma de Gredos, la cantidad de caminantes que se aventuran en la abrupta sierra es considerable. Con lo que aprovechando la demanda de los viandantes, en la tienda de la gasolinera tenían diferentes prendas de abrigo en venta. No pude resistirme a coger unos guantes de montaña, baratos (12€) y que seguro que abrigarían más que mis vistosos Alpinestars. Manos calientes, depósito lleno y una de las carreteras que atraviesan Gredos a mayor altura por delante. Al consultar en Maps el recorrido y con el fin de no abandonar las comarcales, tenía que coger un desvío en Aliseda de Tormes. El nombre de Aldeanueva no aparecía por ningún lado y la sensación de andar un poco perdido fue una constante durante esa parte de la ruta. Sensación agradable, todo sea dicho. 

Me pasé un desvío, hacia La Lastra del Cano y sin quererlo me encontré en un pueblo llamado Navasequilla. Allí terminaba la carretera. Y después de errar buscando una continuidad de esta, me di cuenta que el pueblo estaba completamente vacío. Allí mismo, al consultar de nuevo Maps, tuve curiosidad por saber de esta pequeña villa. Vacío, pero habitado. Las casas estaban todas cerradas, pero no abandonadas. Wikipedia decía poco más que es una de las localidades a más altura del país y que solo tiene 66 habitantes. Pero aquel día, ni uno de ellos se encontraba en el pueblo. Vacío completamente. Ni un alma. El silencio que solo puede encontrarse en un páramo así, me sobrecogió. No es especialmente bonito. Pero alejado de todo, o a diez minutos de todo lo que alcances a ver. En esa paz, consultando el móvil, pensé qué habría sido de mí con 16 años, ni un mísero mapa en papel y nadie a quien preguntar sobre cómo llegar a Aldeanueva de Santacruz. Menos mal que aquel día se rompió la cadena de la Puch solo 20 kilómetros después de salir de casa. 
Mi destino a la vista

Ya corrigiendo mi ruta y desviándome hacia La Lastra del Cano, la canción de Sildavia de La Unión empezó a sonar en mi cabeza. Aldeanueva bien se podría haber llamado Sildavia y no aparecer en los mapas. Sabía que a esa pequeña localidad se accedía con más facilidad desde Barco de Ávila, porque desde la ruta que yo estaba siguiendo, no había ni un mísero cartel indicativo. Y con el "no tengas miedo de perderte, no" y con el "el tiempo pasa tan despacio en Sildavia", la estrecha comarcal seguía pasando debajo de las ruedas de la DRZ. Errante en busca de un lugar, pregunta primero en tu imaginación, Sildavia no se haya en los mapas... Eran demasiadas similitudes las de ese momento con la canción. Y justo en ese instante de canturreo, en medio de una curva a izquierdas, me encuentro con un mirador con una placa conmemorativa. Ya estaba en el término municipal de Aldeanueva de Santacruz. Solo me separaban dos o tres kilómetros del pueblo y ahora empezaba de nuevo a pensar en Forest Gump llegando al mar y cantando la canción de la Unión. 
No aparece en los mapas, no.

Aldeanueva es el típico pueblo castellano, pero con ciertos guiños a la conservación de su patrimonio. Recorrí las calles del pueblo, en las que solo algunos perros tumbados al sol se extrañaron de mi presencia. Al girar una calle, una perrita mestiza, con las tetas colgonas de estar amamantando, se sobresaltó al verme entrar en moto en la calle. Me dio lástima y detuve el motor de la DRZ. Al llamarla con un tono de voz cariñoso, la pobre perrita se acercó y se dejó acariciar. Cerraba los ojitos de gusto, como si no hubiera recibido un gesto amable en años. Justo entonces, una voz de mujer me grita desde una ventana: ¡Llévatela, que está todo el día preñada! Me giro y veo una señora en bata, de unos 70 años, que desde la terraza de la primera planta de su casa me vuelve a gritar: ¿Y tú de quién eres? que no te conozco! Yo la contesto: No soy de aquí, señora. Estoy de paso. Y la señora, entre gruñidos indescriptibles para el oído del foráneo, se dio la vuelta, mientras la perrita se dio por satisfecha con la ración de cariño recibido y se volvía a tumbar al sol, en medio de la calle. 

Aldeanueva al fondo

¿Y ahora qué? En la vuelta podría aprovechar, subir el Puerto de Peñanegra, que sale desde Piedrahita y que es famoso, no por el trazado, sino por haber sido sede del Campeonato Mundial de Parapente durante bastantes años. Es un puerto largo, retorcido y que me dejaría enlazar de nuevo la carretera hacia Navarredonda de Gredos cerrando así el círculo. Ya eran las tres de la tarde cuando llegué a la cima del puerto, donde no había ni un alma. No me crucé con un solo coche ni en la subida, ni en la bajada por la vertiente sur. Me hacía falta una jornada así, de moto, carretera, pensar en todo, pensar en nada, cantar mentalmente e imaginarme a Forest Gump cantando canciones de La Unión. La moto cura todo ¡incluso la locura! 
A 1909m de altura: Peñanegra

Cuando llegué a casa había hecho 350 kilómetros ¡Y sin lavar la moto! Menos mal que no fumo, porque hubiera sido el día perfecto para irme a por tabaco a varios cientos de kilómetros. Pero no, solo crucé la frontera del estado de Alabama y volví a casa a media tarde, con ganas de que se acaben todas las restricciones y hacer más y más kilómetros. 

Uves y ráfagas. 

J. Gutiérrez.