viernes, 25 de febrero de 2022

Feliz año nuevo


Dicen que los franceses felicitan el año nuevo hasta bien entrado el mes de febrero. Y yo no tengo ascendencia gala, pero bien es cierto que se acaba el segundo mes del año y no había publicado nada por aquí. Y no por falta de ganas de contar mi vida, sino por no saber encontrar el momento de ponerme a teclear. A lo que iba: ya han pasado cuatro meses desde que hice la última ruta en los Pirineos, segunda de 2021, pero esta vez en modo mixto. Un día jamón de York, otro día Tranchetes.

Llevamos una ruta parcialmente definida y teníamos la intención de hacer un día pistas y otro día carretera. Pero la verdad es que hicimos un poco lo que nos iba apeteciendo, ya que solo éramos dos motos y dos personas: mi amigo Óscar y su KTM 690 Enduro y yo con mi inagotable VStrom. Y si bien unos días la ruta era más propicia para mi montura, con puertos de infinitas curvas, vistas sobrecogedoras y asfaltos de todo tipo, los días de Tranchetes, o sea por campo, yo las pasaba más putas que en vendimia y con lumbago. Mi montura, casi totalmente fuera de su medio, hizo de los pedregales y barrizales por donde la 690 pasaba como por el pasillo de casa, un parque de atracciones donde no todo era diversión. No nos podemos quejar. No perdí la verticalidad en ninguna ocasión y la moto llegó entera y con sus frágiles llantas guardando sus formas originales. Sin embargo, los días de jamos de York, por carretera, lo pasamos igual de bien. O incluso mejor, si cabe.

 

Uno de esos días en los que estiramos la mañana por campo hasta entrada la tarde, paramos a comer a las 16:00. Sí, casi iba a ser merienda. Pero para nuestra sorpresa, ni siquiera merendamos. El pueblecito en el que aterrizamos, de cuyo nombre no quiero acordarme, solo contaba con un bar. El cual no servía nada sólido, sino todo tipo de bebidas. Espiritosas o no. Y pensando en calmar el ya incipiente apetito, pedimos una cerveza con el ánimo de buscar otro sitio más adelante. Después de la primera, vino la segunda. Y como no hay dos sin tres, cayó la tercera. Y para no defraudar a la audiencia, donde beben tres beben cuatro. Así que, con cuatro tercios de zumo de cebada fermentada en el organismo, nos dispusimos a continuar nuestro camino. Aquel día haríamos noche en Roncesvalles y el trecho que aún nos faltaba iba a ser a base de varios puertos de montaña.

En la primera curva del primer puerto, nuestra vejiga gritó auxilio, con lo que ambos paramos en la cuneta para liberar tan incómoda presión. Y allí, regando el Pirineo navarro, entre risas y comentarios sobre el hambre que teníamos los dos compañeros de viaje, escuchamos un zumbido tetracilíndrico acercarse. Pasaba en ese instante por nuestra espalda, empezando el puerto que nos esperaba a continuación, la Kawasaki ZX6R más limpia y brillante que había visto jamás. Encima de ella, un maniquí de revista. Mono Dainese blanco negro y fucsia, ajustado y sin una sola arruga, con ningún insecto siquiera pegado al pecho. Casco Arai racing, mochila pequeña rígida a la espalda y botas deportivas en el mismo inmaculado estado que el resto del conjunto. Y como si estuviera recién salido de un catálogo de motos, veíamos como estiraba segunda, subía a tercera y se alejaba dando leña a su tan virginal moto. Aún con nuestro apéndice reproductor en la mano, nosotros nos miramos y casi a la par gritamos: ¡a por él!

 

Alguna gota se quedó en el guante, o en el pantalón de cordura, mientras de un salto me montaba en la Vstrom, arrancaba y salía como un disparo a por nuestro impoluto compañero de carretera. Avancé con rapidez, estirando todo lo que da el bicilíndrico y empalmando marchas como un loco. Llegué a la primera frenada con la Suzuki completamente cruzada, mientras la rueda trasera trataba de gestionar la reducción de tres o cuatro hierros casi de golpe. Con la moto tumbada al límite de sus neumáticos Pirelli Scorpion Rally mixtos, abrí gas a fondo y el control de tracción evitaba constantemente que ese instante de diversión se convirtiera en pesadilla. Otra marcha más, otra apurada de frenada más con la moto descompuesta y ya tenía a la vista a la ZX6. Los 101 CV de la VStrom iban sudando como en la carrera de cuadrigas de Ben-Hur, cuando al fin me puse a su zaga. Él iba a buen ritmo, super fino. Casi sin despeinarse y con un estilo bastante posturero, pero sin olvidar la elegancia. En dos curvas más, ya escuchaba el bramido del Akrapovic de la 690, estirando el monocilíndrico hasta el límite de su empuje. A penas dos décimas de segundo después, Óscar aparecía por mi izquierda, apurando frenada como siendo protagonista del JoeBar, con las horquillas completamente comprimidas y el chasis gritando por un poco de calma. Ese es el justo momento, cuando el maniquí encima de la ZX6 se asoma al retrovisor y nos ve. Yo me imagino la dantesca escena y me sale la carcajada involuntaria. Dos señores, entrados en carnes, con ropa y botas de campo, petate y las motos con barro hasta en la bancada del cigüeñal ¿enseñando rueda a ejemplo a seguir por todo motero Racing que se precie? La ZX6 abre gas, aumentando su ritmo. Óscar sale a saco detrás. Y cabe decir que la reactividad inmediata al golpe de gas de la 690, deja en entredicho la fina estirada de la ZX6, o incluso el desboque de par de mi VStrom. Yo tenía que abrir a fondo para aguantar el envite de la austriaca, mientras que nuestro nuevo amigo no dejaba de asomarse al retrovisor. A través del intercomunicador bluetooth que llevábamos Óscar y yo, trataba de calmarle los ánimos: ¡Respeta, respeta! Pero según le pedía respeto, mi bipolaridad reaccionaba y le metía un interior de manual a la Enduro. Entre risas, apuradas de frenada y trazadas de compás de arquitecto, la ZX6 ya iba con más miedo que vergüenza, controlando más el retrovisor que lo que tenía por delante. Pero el ánimo de todos, de los tres, ser vería calmado forzosamente por las circunstancias de la carretera. Al fin, tráfico rodado y la entrada a un pueblo, nos hacía frenar a todos y volver al civismo propio de los tiempos que vivimos.

 

Pero la sangre iba caliente. Las risas entre nosotros no habían cesado y en ese momento se me ocurrió decirle a mi compañero aquello de “no hay huevos”: ¡No hay huevos a adelantarle fumando! Casi eléctricamente, Óscar se levantaba el mentón de su casco trail modular, sacaba un cigarro de su riñonera, se lo ponía en la comisura de la boca y lo encendía. Y de esta planta tan poco elegante, pero sumamente cómica, estiró la 690 adelantando al maniquí de la ZX6 mientras le miraba echando humo y dejando todavía restos de barro que sus ruedas de taco despedían. ¡Los dos nos moríamos de la risa! Mientras tanto pensábamos que nada más llegar a casa, nuestro elegante guía de ruta abriría Wallapop y escribiría: Vendo ZX6, siempre garaje, nunca circuito, o cambio por trail. En el siguiente desvío el destino nos separó por completo. Él a la izquierda, buscando cobertura móvil para poner su anuncio y nosotros a la derecha, buscando la hospedería de Roncesvalles, donde echaríamos el resto de la noche comentando la jugada, cenando y descansando de tan intensa jornada. No hay nada como viajar en moto. Y si es con amigos, mil veces mejor.

 Uves y ráfagas. 

 J. Gutiérrez.