jueves, 26 de mayo de 2022

Olía a moto nueva

Best smell ever

No sucede como con los coches. Parafraseando una mítica escena, de la no menos mítica película Christine, en la que decían que: el olor a coche nuevo es el mejor olor del mundo, salvo el olor a mujer… Solo puedo añadir que el olor a moto nueva no es que sea de lo más agradable. Es peculiar. Todo ese calor en el motor, emanando sus hedores hacia arriba, con todos esos recubrimientos lacados ajustándose o expandiéndose por las altas temperaturas, no es tan placentero como cuando te montas en un coche recién estrenado.

Yo no he disfrutado en exceso de ese olor moto nueva. Mi primera moto nueva, aquella Gilera Crono 125, la estrenó mi padre en el trayecto desde el concesionario Piaggio – Gilera en la calle Islas Filipinas de Madrid, hasta el pueblo. Y la verdad es que recuerdo aquel olor como a chamuscado. Nada menos que veintitrés años después, estrené mi actual VStrom. Y sí, olió a nueva la primera semana, antes de llevármela de viaje a Marruecos y empezar a acumular roña en rincones en los que nunca más se volverá a ver la luz del sol. También, un par de años después, con la Honda Rebel de mi consorte, puede apreciar tan peculiar olor. Es más, la Rebel ha tenido un uso tan escueto y prolongado en el tiempo, que hoy sigue oliendo a nueva. Y diréis: ¿a qué viene todo esto del olor a moto nueva?
Igualita, pero al lado de mi casa

No es más que a un fugaz encuentro hace unos días con una Suzuki GSXF 600 de segunda hornada. Debía ser del año 93 o 94, con aquellas gráficas similares a las GSXR W de esa época. La vi mientras paseaba a mi perra una tarde cerca de donde vivo. La escuche de lejos, viniendo por mi espalda. Ese sonido tan particular de los motores tetracilíndricos refrigerados por aceite, los famosos SACS, despertó algo en un rinconcito de mi cabeza. Aquel sonido me trasladó a los años 90, cuando tener una GSXF 600 era una alternativa a las más avanzadas Supersport, pero mucho más barata de mantener. Además, que su fiabilidad ha quedado constatada con el paso de las décadas. Ese mismo motor lo heredó la Bandit 600, estando así en producción quince años: desde 1988 hasta 2003. Al pasar a mi lado, pude ver que estaba en un estado inmaculado. Paró unos metros más adelante y me acerqué a observarla.

Ya no olía a moto nueva. Más bien olía a aceite caliente. Pero tenía pinta de haber sido comprada por alguien que le hizo poco más que el rodaje, la guardó y recientemente la habían devuelto a la circulación. Justo la misma situación que viví sobre el año 2001, con el padre de mi novia en aquellos años. Este hombre era un buen aficionado al motor, pero resignado a las pocas libertades que las obligaciones de familia le permitían. En sus años más jóvenes, incluso estuvo federado como piloto de rallys y me llegó a contar cómo alquilaron un Renault 8 TS para correr. En esa época, yo todavía tenía mi ZZR 600. Pesada, sí. Poco ágil, también. Pero rápida como un disparo cuando la carretera se estiraba lo justo. Quizás el hecho de que el novio de su hija mayor tuviese una 600, le abrió un poco los ojos y se mostró más receptivo cuando le ofrecieron una oportunidad que casi ninguno de nosotros hubiera dejado pasar.
La boda perfecta

El carnicero del pueblo recibió como regalo de bodas una Suzuki GSXF 600 a estrenar. La boda ya había ocurrido diez años atrás y después de realizar el rodaje de la moto y darse dos paseos, quedó arrinconada en el garaje. Cuando hizo falta el espacio en el garaje, el carnicero pensó en deshacerse de la moto. Y por pura casualidad, habló al padre de mi novia sobre ella. Entusiasmado como un colegial, corrió a contármelo. La GSXF no llegaba a 3.000 km. Era del año 90 y estaba impecablemente bien conservada. Era una moto nueva, pero ya con 11 años de antigüedad. Yo le dije que era una moto bastante maja. No recuerdo el precio exacto, pero sí que estaba muy por debajo del valor de mercado en aquel momento. Le advertí que, para ser su primera moto, quizás fuese demasiado. Pero haciendo caso omiso a mi consejo, a su cabeza y a su mujer, compró la moto. Así se debe comprar una moto: con el corazón en la mano.

Yo accedí a ayudarle a hacer una revisión básica, para empezar a utilizarla con más frecuencia de lo que hasta entonces había conocido aquella moto. Pusimos una batería nueva, cambiamos aceite, filtro de aceite, filtro de aire, engrasamos todos los puntos que creímos convenientes y a pesar de que los neumáticos tenían demasiados años y estaban más duros que el mármol, no los cambiamos. En el primer arranque, me pidió que la probara. Fue en aquel momento cuando me confesó que no tenía carnet de moto. ¡Vaya sorpresa! Pero también me tranquilizaba: ya se había apuntado a la autoescuela. Ya entonces existía el carnet por tramos. Los dos primeros años de carnet A, estaban limitados a conducir motos de 26cv, si no recuerdo mal. Pero su respuesta fue: dos años se pasan en nada, pero no se lo comentes a nadie…
La moto del carnicero, sacada del catálogo

Me puse el casco y me subí a la GSXF. Todos los mandos tenían un tacto exquisito. Todo era suavidad. Todo sonaba perfecto. Y aquel olor a moto nueva se dejaba sentir mientras toda la mecánica empezaba a moverse, en esta nueva vida para ella. Mientras la conduje a través del pueblo, solo podía cerciorar la buena compra que había sido. Barata, de reestreno y con un aspecto impecable. Pero todo mi gozo estaba a punto de terminar. Salí a carretera, cambiando a medio régimen, dejando que el tráfico regulase mi ritmo. Pero a la primera oportunidad que tuve, decidí sacar todo el provecho que el aletargado motor debía tener en su interior. Me dispuse a adelantar a un grupo de tres o cuatro coches. Salgo en segunda, abro a fondo, la moto empieza a estirar y a empujar, pero justo en el momento en el que esperaba un tirón en el empuje ¡el motor llegó al corte! ¿Pero cómo es posible? Metí tercera, de nuevo a fondo y otra vez, cuando esperaba el arreón de potencia, otra vez al corte. Terminé la maniobra de adelantamiento totalmente defraudado.

Y es que el rendimiento de aquel motor, aunque lejos de no correr, estaba muy por debajo de a lo que yo estaba acostumbrado con mi entonces ZZR. Ya fijándome en el cuentavueltas, después de 7.000 rpm yo esperaba un aumento del empuje. Pero este era bastante lineal hasta el corte. Y no es que fuese un motor tranquilo. De hecho, cortaba encendido sobre las 11.000 rpm, un poco antes que mi ZZR. Pero me dejó completamente a medias el no sentir más empuje en la parte más alta. Quizás, gracias a esto, hoy se pueden ver por la calle motos motorizadas con este SACS de 600. No así ZZR, ya que las que quedan se limitan a ser vistas en concentraciones de veteranas y alguna convertida a altavoz de los frustrados en GGPP y concentraciones. Sin embargo, aquella GSXF cumplió su función perfectamente. Primera moto para un hombre ya bien metido en los 50, bajo mantenimiento y fiabilidad a prueba del paso del tiempo. Ignoro si seguirá en su garaje. La relación con aquella chica duró poco más de un año. Y creo que el mejor recuerdo que tengo es sobre su padre y aquella GSXF.

Uves y ráfagas.

J. Gutiérrez.