La de vueltas que da la vida. |
Dicen que la vida es muy corta, pero a mi me esta cundiendo
bastante. Y no es que haya llegado a mucho, ni que piense que soy un hombre de
éxito. Pero hasta ahora, me ha dado tiempo a vivir muchas experiencias que,
cuando vuelven a mi cabeza, me hacen apreciarlas más cada año que pasa. Sin ir
más lejos, ayer por la tarde recordé una época muy dulce y que no me importaría
volver a vivir. Y como esta vida en realidad no es tan corta y su camino da
muchas vueltas, ayer regresé, por pura casualidad, a un rincón en el que
echamos muy buenos ratos.
Debido a un reciente cambio laboral, hace unas semanas tomé la acertada decisión de comprar una moto batallera para realizar los setenta y pico kilómetros de autovía que he de recorrer a diario, entre ida y vuelta. Además, el aparcamiento de motos que hay habilitado en mi lugar de trabajo carece de techado alguno, con lo que utilizar mi habitual VStrom se me hacía cuesta arriba, por el desgaste que iba a tener como muleto diario. Así que, rascando un poco de aquí, ahorrando un poco de allá y vendiendo algunos enseres que no daba uso, junté lo suficiente como para comprar de improviso una Suzuki Burgman 650, con más de una década, pero con no demasiados kilómetros, bien conservada y extremadamente cómoda. Después de los primeros días yendo al trabajo con ella, solo puedo ratificar mi decisión. Sin embargo, una de las pocas desventajas que tenía esta compra era que la moto estaba a tan solo quinientos kilómetros de tener que realizar el cambio de aceite, o revisión. Después de mucho leer en la red sobre el modelo en cuestión, me quedaba claro que su peculiar transmisión automática necesita un uso y cuidados algo especiales. Y curiosamente, en el momento de la compra, fue el propio vendedor quien me recomendó a un especialista en este modelo, no demasiado lejos.
Llega a ser sorprendente que el nivel de especialización de un taller le haga dedicarse, no a una sola
marca en concreto, sino a un solo modelo. Sin embargo, todos,
absolutamente todos los comentarios que leí sobre este taller eran más que
positivos. Así que concerté una cita para llevar a revisar mi “alfombra
voladora”, como afectuosamente la he apodado. El taller está en Carabanchel,
Madrid. Y aunque por la extensión de este distrito es difícil conocerlo al
detalle, al menos para los foráneos, la dirección me sonaba de algo. Pero no
sabía de qué. El local se encuentra en la cara posterior del edificio, en una
zona peatonal. Cuando enfilé la calle, vagamente empezaba a recordar, pero una
vez entré en el callejón posterior, vi un bar de copas llamado “Garden”. Y en
ese momento, el recuerdo inundó mi cabeza. Y no es que yo hubiera pasado allí
muchos buenos momentos, no. Es más: en aquellos años, sobre 2005, o 2006, el
Garden era un bar de “señoritas que fuman”. De esos con luz roja tenue y que
los más pueriles ni siquiera miran al pasar. Pero el local de en frente,
justamente el que hoy en día ocupa mi taller especialista, resultó ser el local
que mi primer grupo de amigos de las Vespas en Madrid, tenía alquilado por
aquel entonces para guardar las motos y hacer chapucillas en ellas.
En esos años, aquel grupo de amigos alquilaron a muy buen
precio ese local, que en su día fue una carpintería. No recuerdo cuantos eran,
pero fácil que cinco o seis, a repartir el precio de la mensualidad. Para
aquellos que no tenían donde meter mano a sus Vespas, era una opción más que
factible. Pero para mi, que siempre realizaba mis chapucillas en el garaje del
pueblo, no me salía a cuenta. Lo que sí hacía, era pasar más de un jueves por
allí, con la excusa de tomar unas cervezas, hablar de motos y echar unas risas.
Y no fueron pocas las veces en las que volvías a casa con ganas de más. Pero
teniendo que trabajar al día siguiente, no te quedaba otra que volver
medianamente temprano. Yo los conocí a través de un foro llamado Vespania. En una se esas tardes, uno de los chicos que
tenía una Vespa 200 roja, algo machacada, tuvo la buena idea de hacerse con un
spray de pintura para rematar los toques que su sufrida moto tenía. El spray,
no sé si porque ya estaba usado con anterioridad, o porque la válvula era de
mala calidad, a penas echó un par de ráfagas de pintura. No salía nada. Y
Nando, como le conocíamos por el foro, tuvo una “brillante” idea. Decidió
intentar rajar el spray, con un destornillador y un martillo, para poder
aprovechar la pintura del interior y aplicarla a brocha. Pero lógicamente, ante
el primer impacto e incisión del bote, la presión del gas en su interior lo
hacía salir disparado por los aires, seguido de un chorro de pintura que iba
bautizando todo a su paso. El spray voló por todo el local, como un cohete
descontrolado, pintando a quien y lo que pillara. Todos salimos de allí
despavoridos, entre risas, gritos y bullicio. Pero el spray, en su más
explosiva aceleración, pinto la cara de alguno, salpicó a casi todas las motos
que había allí guardadas, dejo marcas de asesinato en la mesa de trabajo e
incluso pintó todos los abrigos colgados en el perchero. ¡Para matarlo!
Ayer, al entrar en el taller, lógicamente totalmente renovado en su interior, me fijé donde estaba puesto aquel perchero en su día. Y es que cuando entramos entonces a evaluar los daños del spray suicida, en la pared se quedo marcada la silueta de los abrigos que la salvaguardaron de tan improvisada decoración. Así, como la silueta de un crimen en el suelo, pero en una pared blanca, salpicada de pintura roja. No puede evitar sonreírme y comentar el chascarrillo con el mecánico. El cual me dijo que se acordaba de nosotros. Él vive un par de portales más atrás y recuerda el jaleo de las motos allí atrás, en la parte peatonal y de las horas que nos
daban algunos días con
el cachondeito, siempre bajo la mirada atenta del segurata de turno del Garden,
o la mirada incrédula de alguna de las chicas que allí en frente "fumaban".
Todo sea dicho: el pub aparenta ser un local respetable hoy en día. Aunque en
los tiempos que corren para la hostelería, todo está tan cerrado que hasta el
más pintado tugurio aparenta seriedad.
Por cierto, Julián, el dueño y mecánico del taller, revisó la Burgman, cambió aceites, filtros, bujías y demás. La dejó lista para otros miles de kilómetros en un momento y de paso, me dio unas cuantas recomendaciones de cuidados para este modelo. Y es que cuando a uno le tratan bien, da gusto y ganan un cliente por mucho tiempo. Eso, sumado a las batallitas del local, de hace tres lustros, me dejó anoche con ganas de repetir aquellos jueves interminables, a base de cañas y Vespas.
Uves y ráfagas.
J. Gutiérrez.
Debido a un reciente cambio laboral, hace unas semanas tomé la acertada decisión de comprar una moto batallera para realizar los setenta y pico kilómetros de autovía que he de recorrer a diario, entre ida y vuelta. Además, el aparcamiento de motos que hay habilitado en mi lugar de trabajo carece de techado alguno, con lo que utilizar mi habitual VStrom se me hacía cuesta arriba, por el desgaste que iba a tener como muleto diario. Así que, rascando un poco de aquí, ahorrando un poco de allá y vendiendo algunos enseres que no daba uso, junté lo suficiente como para comprar de improviso una Suzuki Burgman 650, con más de una década, pero con no demasiados kilómetros, bien conservada y extremadamente cómoda. Después de los primeros días yendo al trabajo con ella, solo puedo ratificar mi decisión. Sin embargo, una de las pocas desventajas que tenía esta compra era que la moto estaba a tan solo quinientos kilómetros de tener que realizar el cambio de aceite, o revisión. Después de mucho leer en la red sobre el modelo en cuestión, me quedaba claro que su peculiar transmisión automática necesita un uso y cuidados algo especiales. Y curiosamente, en el momento de la compra, fue el propio vendedor quien me recomendó a un especialista en este modelo, no demasiado lejos.
Llega a ser sorprendente que el nivel de especialización de un taller le haga dedicarse, no a una sola
Mujeres que fuman y beben en vaso de tubo |
Aquel primer grupo de amigos de las Vespas |
La escena de un crimen, pero con un perchero |
Ayer, al entrar en el taller, lógicamente totalmente renovado en su interior, me fijé donde estaba puesto aquel perchero en su día. Y es que cuando entramos entonces a evaluar los daños del spray suicida, en la pared se quedo marcada la silueta de los abrigos que la salvaguardaron de tan improvisada decoración. Así, como la silueta de un crimen en el suelo, pero en una pared blanca, salpicada de pintura roja. No puede evitar sonreírme y comentar el chascarrillo con el mecánico. El cual me dijo que se acordaba de nosotros. Él vive un par de portales más atrás y recuerda el jaleo de las motos allí atrás, en la parte peatonal y de las horas que nos
Lista para funcionar! |
Por cierto, Julián, el dueño y mecánico del taller, revisó la Burgman, cambió aceites, filtros, bujías y demás. La dejó lista para otros miles de kilómetros en un momento y de paso, me dio unas cuantas recomendaciones de cuidados para este modelo. Y es que cuando a uno le tratan bien, da gusto y ganan un cliente por mucho tiempo. Eso, sumado a las batallitas del local, de hace tres lustros, me dejó anoche con ganas de repetir aquellos jueves interminables, a base de cañas y Vespas.
Uves y ráfagas.
J. Gutiérrez.
Muy divertido y sí, hay que resucitar esos jueves.
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