domingo, 22 de marzo de 2020

Sudores

El sol, a finales de junio, aprieta como en agosto.
A finales de junio del año pasado, alineando mi trigésimo aniversario montando en moto, presenté el libro que recopilaba las mejores entradas de este blog. Pero ese mismo fin de semana, también debutaría como piloto amateur en una prueba de resistencia en Vespa, que se celebraba en el circuito burgalés de Kotar. Puede hacer hasta gracia el pensar en las simpáticas Vespas dando vueltas y vueltas a un circuito. Pero la realidad es que hay muchos equipos y pilotos que se toman la competición muy en serio y el nivel que hay es muy alto. Pero la competitividad nunca ha sido un problema para mi. 

El participar en esta carrera se fraguó con dos amigos, hermanos y muy trastornados ambos con las motos: Alex y Miguel. De estirpe familiar motociclista, llevan andando en moto desde que se
Alex, con la Vespa protagonista
sostenían por si solos. De hecho, a ambos los conozco por su padre, Miguel Ángel Fernández "Tubarro", a quien conocí hace muchos años en aquellas primeras quedadas que hacíamos con las Vespas. Tubarro nos contó en muchas ocasiones anécdotas de su época en las carreras, llegando a competir a nivel nacional en velocidad. Y cuando uno ha corrido de esta forma, se le nota hasta conduciendo la Vespa. Finura y rapidez en el paso por curva son dos adjetivos muy valiosos cuando se trata de sacar prestaciones al inestable scooter de chapa. Pues bien, no sé qué tarde de primavera, llegamos a la brillante idea de apuntarnos a las 6 Horas de Resistencia en Vespa, que se celebrarían el 29 de junio. Participaríamos en la categoría 200 Serie, con una Vespa de Tubarrín (Alex) con la que él y su hermano Tubarrito (Miguel) ya habían corrido este campeonato unos años atrás.

El caso es que entre compromisos, ahora sí, o después no, no pudimos entrenar ni un solo fin de
Momento de repostar y cambio de piloto
semana, ya que nunca coincidimos los tres. Si no era uno, el otro y si no, yo con alguna de mis historias. Para más inri, la fecha de presentación de mi libro estaba más que ajustada, ya que queriendo que no se me pasara el mes de junio para la presentación e intentando que la mayoría de mis amigos pudieran asistir al evento, el único momento disponible fue la tarde del viernes 28 de junio. Precisamente, con el fin de poder ir a la sesión de entrenamientos de la carrera, ambos hermanos de la estirpe Tubarro, se perdieron la presentación del libro y, lo más importante, yo me perdía la sesión de entrenamientos en la que poderme familiarizar, no solo con la moto, sino con el circuito también. No me había subido en una Vespa de carreras en la vida y mucho menos, rodado en un circuito de esas características. Pero con la alegría de la presentación del libro, saludando y hablando con todos los asistentes, ni me acordaba de los entrenamientos aquella tarde. 

Ni aquella tarde, ni aquella noche. Lejos de ser una persona madura y responsable e irme a la cama temprano, semejante algarabía durante la tarde continuó hasta altas horas de la madrugada. Cuando un poco antes de las tres de la mañana nos echaron ya del Bar Dakota, donde fue la presentación,
tampoco pensé: me voy a dormir que mañana es la carrera. "Mañana", pobre iluso de mi. En tan solo
Las carreras son muy competidas
cinco horas debería ponerme en pie, coger mono y equipación, montarme en el coche y conducir durante dos horas hasta el circuito, para llegar allí a una hora decente. Pero no. La noche tenía que dar de si y a alguien de los que quedábamos en pie, se le ocurrió la magnífica idea de buscar un sitio donde comer algo y así empapar la no poca cantidad de cerveza que llevábamos dentro. Caminamos media hora, o más. Lo mismo fueron solo 15 minutos, pero a mi se me hizo eterno. Llegamos al McDonald de La Latina, hicimos cola y allí, cansados como perros, nos comimos unas hamburguesas como colofón a tan larga jornada. Lamentable error en el que tampoco caí en la cuenta, ya que mi delicado estómago tendría la última palabra sobre estos excesos, a la mañana siguiente. 

Pobre iluso de mi, cuando aterrizamos en casa a las cinco de la madrugada, me puse el despertador a las 8:30. Desde San Sebastián de los Reyes a Tubilla del Lago, donde se encuentra el circuito, hay unos 170 kilómetros. Si en dos horas estaba allí, me daba tiempo a participar en la salida de la carrera, al más puro estilo 24 Horas de LeMans, a las 11 de la mañana. Pero el inestable cocktail de McDonald y cerveza El Águila que la noche anterior comprimí en mi interior, tuvo que hacer acto de presencia, haciéndome pasar buena parte de la mañana en el baño. Con una resaca digna de Chimo Bayo, más sueño que un lirón y con el cuerpo escombro que se me había quedado después de tanta visita al wc, conseguí salir de casa a las 9:30 de la mañana. Y ya a esa hora, el sol apretaba como en la mejor tarde de agosto en el barrio de Triana. 

Salidas de resistencia
Ya había empezado la carrera cuando llegué al circuito, pero tan solo hacía unos minutos. Los hermanos Tubarro se sorprendieron hasta de verme aparecer, ya que lo más lógico es que no hubiera hecho acto de presencia. Tubarrito, encima de la moto, hasta me saludó al verme en el muro del pit lane. La distribución de los turnos sería que Miguel corría la primera y cuarta hora, Alex la segunda y quinta y yo, la tercera y sexta. Así me daba tiempo recuperarme un poco más. Pero como la alegría dura poco en la casa del pobre, a la media hora de estar rodando, Miguel entraba en boxes con el cambio roto. Rápidamente empezamos a mirar qué podía ser el problema. Ayudados por Jorge, nuestro gran amigo El Maestro, descubrimos que un pasador del selector del cambio se había soltado. La reparación duró unos veinte minutos, los cuales nos retrasaron en la clasificación hasta los puestos de cola. Además, Miguel ya nos advirtió que el embrague había empezado a patinar. Pero volvió a pista, terminó su turno, hicimos el cambio de piloto y Alex realizó la segunda hora completa, sin incidencias. 

Cuando llegaba mi hora, me fui al coche, me puse el mono, en el cual llevaba sin meterme un par de
Mi persona, en primer plano. Azulejo total
años. Y como uno es generoso de carnes y con poco control al comer de más, aquello me estaba más apretado que los tornillos de un submarino. Gracias a vestirme de romano dentro del coche, con el aire acondicionado a tope, no sufrí demasiado. Pero recuerdo que en el momento de ponerme el casco, mi cabeza estaba empapada ya en sudor. Y ahí voy yo, principiante, debutante y novato, saliendo en caliente a una carrera en un circuito en el que no he dado ni una vuelta y en una moto en la que no he rodado ni dos metros: ¡Olé tus huevos morenos, amigo! Con más miedo que vergüenza empecé a cogerle el hilo a la moto. Se la notaba un poco destartalada, pero iba bien. El motor, de estricta serie, recuperaba bien desde abajo y en medios se podía llevar todo el rato, sin necesidad de tener que estirar las marchas. Le iba cogiendo el hilo cuando no llevaba más de dos o tres vueltas. Pero ya en ese momento, el sudor me caía por la frente como un grifo abierto ¡Qué calor!

Además, los motores de las Vespas 200 se caracterizan por lo abultado de su selector de cambio en el lado derecho del motor. Lo cual obliga a que en las curvas a derechas, o te descuelgas de la moto, o el ángulo de inclinación se ve más que comprometido, al rozar con bastante facilidad contra el suelo. Y mi estilo en moto no es de moverme demasiado en ella, que digamos. Estilo inglés, pero más británico que el Big Ben y Margaret Thatcher juntos. Vamos, que me muevo menos encima de la
Tubarrito dándolo todo
moto que un teleñeco en una cama de velcro. Y cuando ya veía que iba cogiendo ritmo, el primer susto llegó, arrastrando el selector contra el suelo y rebotando la moto hacia arriba de forma considerable. Justo después de recuperar el ánimo, la carrera quedaba neutralizada. Había habido una caída y la ambulancia tenía que entrar en pista. Nos pararon a todos, sin entrar en boxes, de forma que las asistencias pudieron llevar alguna sombrilla y agua a los pilotos. Pero mis dos amigos, sombrilla no tenían. En los quince minutos que nos tuvieron allí parados, notaba como el mono de cuero se iba fundiendo con mi piel. Además, los ánimos de Alex no ayudaban, ya que criticaba con bastante socarronería la flexibilidad de azulejo con la que se me veía encima de la moto. ¡Todo maravilloso!

Cuando la carrera se reanudó, el embrague ya iba bastante mal. Pero Miguel cogió el relevo y consiguió mantener un ritmo bastante aceptable. Gracias a las averías de otros equipos, no estábamos los últimos, pero casi. Yo me fui a quitar el mono en el coche y aquella operación fue como quitarle
Mucho tráfico en pista
la piel a una liebre recién cazada. El mono pesaba más de 5 kilos, con todo el sudor de mi cuerpo empapándolo. Las casi dos horas siguientes, hasta mi próximo turno, se pasaron volando. Solo recuerdo que bebí y bebí agua, como si hubiera atravesado el desierto del Gobi a pie. Y justo cuando de nuevo me iba a poner el mono de nuevo para el último turno, las ganas de ir al baño eran tremendas. Pero los nervios del momento me hicieron olvidarme y justo en el momento de salir de nuevo a pista, mi vejiga estaba al borde de su límite. Pero al igual que en los minutos anteriores, me concentré en la carrera y me olvidé de las ganas. El embrague ya estaba muerto. Abrir gas en cualquiera de las marchas era imposible, ya que patinaba y patinaba. Llegó un momento en el que el motor incluso empezó a sonar a roto. En la pizarra, Miguel y Alex me marcaron: "Haz lo que quieras". Pero yo, lejos de abandonar, aguanté con el motor casi roto hasta el final. El ritmo era más que lento, pero quería terminar la carrera aunque fuera empujando la Vespa. 

Cruzando la meta, en 22ª posición
Al cruzar la meta, después de haber sudado lo indecible durante esa última hora, solo quería quitarme el mono y beber. Vimos que en la clasificación, gracias a no tirar la toalla y a pesar del ritmo de tortuga de los últimos 30 minutos, acabamos los 22º, de un total de 32 equipos. Me bebí una botella de Acuarius, otra de agua, me cambié y empezamos a recoger todo. Cual sería el grado de deshidratación en el que llegué, que aquellas ganas de ir al baño al principio de mi último turno, no solo desaparecieron, sino que no fui al baño hasta la mañana siguiente. A cambio, mi mono se ha quedado perfectamente dado de si y a medida de mis generosas hechuras, como cuando los modernos de los años 60 se ponían los vaqueros empapados para que se les ajustaran mejor. Toda una experiencia, esta de competir en Vespa, la cual espero poder repetir a no mucho tardar. Me sabe mal repetir el mismo final en dos entradas seguidas, pero ¡a la vejez, viruelas!

Uves y ráfagas.

J. Gutiérrez.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario