miércoles, 28 de julio de 2021

Rollie Free y la velocidad absurda

 


Se pasa el tiempo que uno ni se entera. Una década, nada menos que 120 meses, se me han pasado en dos pestañeos. Si miro atrás en mi vida y sobre lo que pasaba hace justo 10 años, me encontraba en un momento de recuperación en todos los sentidos. Profesional, sentimental, personal y redescubriendo lo que significaba vivir con más tranquilidad que preocupación. Hace 121 meses, concretamente en septiembre de 2011, se celebraba la segunda scooterada, o concentración de scooters clásicos, de Vesperdidos en Valladolid. Y aquel épico sábado, de tranquilo tuvo poco. 

El día de 2005, cuando compré aquella Vespa 200

Un año antes, 2010, me tuve que desvincular de la colaboración en la organización de esta reunión, por diversos motivos. Mi vida era demasiado compleja en aquel momento y la organización de un evento así requiere de tiempo y capacidad de asumir diferentes dificultades. Yo no era capaz y me eché a un lado, con la comprensión de algunos amigos y la decepción y desaprobación de otros. Pero al año siguiente las cosas habían cambiado. Habían cambiado tanto que ya no tenía ni Vespa, pero sí ganas de participar ese fin de semana en la ruta, comida y actividades. Para ello, Alex, el actual propietario de mi antigua Vespa 200 DN, se brindó a dejármela durante la scooterada y así poder participar y pasarlo bien con el resto. Él llevaría su 125s de 1965, pudiendo así afrontar las diversas tareas que toca hacer cuando se organiza una ruta así. 

Fotograma de la salida de la ruta

Tengo vagos recuerdos de la noche del viernes e incluso de la ruta en sí, el sábado por la mañana. Pero lo que tengo grabado a fuego es la ruta de regreso, después de la comida. La ruta había transcurrido por diferentes carreteras comarcales de la zona. Pero con el fin de aligerar el regreso y poder descansar algo antes de volver a salir para las actividades de la noche, unos cuantos cogimos un tramo de autovía. De ese grupo, los que teníamos floja la muñeca derecha nos distanciamos del resto, poniendo a tope las humildes mecánicas. Los alumnos aventajados del pelotón llevábamos diferentes modelos de Vespa 200: yo la DN de Alex, alguna TX, una PX y similares. Y lógicamente la guerra de rebufos entre nosotros empezó a ser clave para poder mantenerse en esa carrera, siempre dentro de la más estricta legalidad, en cuanto a velocidad máxima se refiere. 

La Vespa es aerodinámicamente poco favorecida

La alegría duraba muy poco. El rebufo de la Vespa que te precedía te arrastraba. Y al adelantar, el peso del viento caía sobre ti. En menos de cinco segundos, otro avezado escuterista se aprovechaba de tu estela turbulenta y te adelantaba. En aquel momento, todos agachados detrás del cabezón de la Vespa, se me vino a la cabeza Rollie Free, batiendo el récord del mundo de velocidad en Bonneville, más de medio siglo atrás. El experimentado piloto desproveyó de todo lo superfluo al conjunto moto piloto, incluyendo esto su propia vestimenta, salvo un bañador ajustado, un gorro de ducha y un par de zapatillas prestadas. Y adoptando la forma más aerodinámica posible, acoplaba su cuerpo completamente horizontal, sobre su Vincent Black Lightning, consiguiendo así los notorios 241.9 km/h que le valieron el récord. 

Rollie Free en Bonneville, 1948

No me lo pensé dos veces. Eché el culo todo lo atrás posible, estiré mis piernas hacia atrás, volando estas sobre el final de la Vespa y con mi cuerpo, brazos y piernas en paralelo con el suelo, me escondí detrás del escudo. El pobre motor de la DN ya iba a tope desde hacía varios kilómetros. Pero aprovechando el rebufo de otra Vespa, que a su vez estaba superando por rebufo al primero del pelotón en ese momento, la aerodinámica me favorecía y la Vespa “volaba” rozando los 120 km/h. Mi mirada, fijada entre el escudo y el manillar de la Vespa, solo me dejaba ver la cara de sorpresa, risas y entusiasmo de los otros. Entre risas y concentración, me empezaba a distanciar unos metros de la cabeza, cuando me doy cuenta de que a mi lado y en paralelo por mi izquierda, un coche familiar, con matrimonio, hijos, perro y maletas, me miraban estupefactos e indignados, después de habernos adelantado a todos. Seguramente el coche circulaba a 125 km/h, sorprendido de ese grupo de locos, que iban haciendo el ganso en el carril derecho de la autovía. En ese momento, un jarro de agua fría en forma de realidad, decoro, vergüenza y dignidad, me hacían recuperar la posición erguida, sin saber casi a dónde mirar. No pasaron dos instantes, cuando el resto me volvía a adelantar, perdiendo así la batalla de velocidad más notable de aquel día.

El día de 2010 cuando vendí aquella Vespa 200

Como siempre que se rueda en grupo, lo mejor fueron las risas de después, comentando la jugada. Eso y que todos nuestros motores quedaron “carbonilla free” durante aquel momento de estrujón, en el que la idea de un gripaje nunca pasó por nuestras cabezas. Para la tranquilad de los más conservacionistas, he de decir que aquel motor aguantó muchos kilómetros más, sin tenerse que abrir o reparar. Viajes, concentraciones, uso diario… aquella Vespa DN tenía ganado mi apodo de “La pobrecita” y así se portó siempre. Una sufridora en casa de manual. Rollie Free murió en 1984, después de haber batido diferentes récords, menos el de velocidad máxima sobre una Vespa de serie en una autovía de Valladolid. Ese récord, extraoficialmente, he de adjudicármelo por aquel día, que ahora recuerdo no sin cierta añoranza. Vesperdidos, va por vosotros. 

Uves y ráfagas. 

J. Gutiérrez. 


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